Los
Guaranís
Según el sacerdote jesuita Bartomeu Meliá, los guaranís se mudaban con regularidad a medida que las comunidades iban creciendo y aumentaba la presión sobre los recursos. “Es de suponer que también se llegó a conflictos violentos con otras comunidades”. La traducción “Pueblo de Guerreros” se basa en una confusión con la palabra guareni, que significa guerra. El etnólogo alemán Curt Unckel aprendió de una leyenda según la cual el caminar está relacionado con la búsqueda de la “tierra sin mal”. Esta teoría fue aceptada rápidamente por su paralelismo con el cristianismo y por el hecho de que los guaranís son en general un pueblo muy espiritual. Las comunidades tienen una casa para la oración y un líder religioso y el cacique, cuya autoridad se basa más en su status que en su poder formal. Las ceremonias religiosas y festivas, que frecuentemente duran varios días, son una parte importante de la vida cotidiana.
Los guaranís fueron uno de los primeros pueblos de América del Sur en entrar en contacto con los conquistadores europeos. En 1567, Ulrico Schmidel informo sobre ellos en su obra “Historias verdaderas de una navegación maravillosa”. Bajo el dominio colonial español, los jesuitas los defendieron.
Con las reducciones jesuíticas se crearon, desde el año 1610, las primeras reservas indígenas de América. Estas urbanizaciones protegidas podían ser utilizadas solamente por los guaranís, por los Jesuitas y los invitados; no estaban sujetos a la jurisprudencia del gobierno colonial, sino formalmente a la corona española. En las reducciones se evangelizaban a los guaranís al mismo tiempo que se los protegía de los cazadores de esclavos y de la explotación por los blancos de las clases altas. El sacerdote jesuita Bartomeu Meliá advirtió, en una de sus crónicas, que “los úteros de las mujeres guaranís siempre estaban ocupadas con semen de los blancos”, y que de esta manera la descendencia guaraní iba disminuyendo en forma drástica.
Conflictos con las autoridades coloniales y con los terratenientes condujeron finalmente a la disolución de las reducciones jesuíticas en 1767 y por orden del rey español Carlos III, los jesuitas fueron expulsados de los territorios españoles de Latinoamérica. Esta expulsión es el tema del largometraje “La Misión”
Apartir de este momento los guaranís fueron librados a su propia suerte. Se dispersaron y formaron comunidades, muchas de ellas deliberadamente lejos de los poblados de los “blancos”. Hoy, sin embargo, hasta estas áreas remotas se están volviendo interesantes para diferentes empresas mineras y petroleras. Más tarde aparecieron “nuevos dueños” que cercaban los pastizales y – de repente numerosos grupos de indígenas quedaron presos y fueron esclavizados. Sobre todo los hombres trabajaron como jornaleros en la agricultura y a menudo permanecían fuera de casa durante meses. Esto crea tensiones en las comunidades, al regresar, los trabajadores a menudo traen consigo enfermedades de transmisión sexual y alcoholismo.
Casi 58.000 guaranís viven en Bolivia. En Paraguay representan alrededor del uno por ciento de la población, aproximadamente 60.000 personas. Su problema principal es la defensa de su territorio contra los terratenientes ganaderos y productores de soja. La destrucción de los bosques para los monocultivos y el uso masivo de pesticidas imposibilitan la caza y la pesca. Además casi no quedan tierras para cultivar cereales o frutales e incluso plantas medicinales ancestrales como la hierba dulce Stevia casi no se encuentran. La Stevia actualmente es un “sustituto saludable del azúcar”, una de las grandes esperanzas futuras de la industria alimentaria - sin que los guaranís, los verdaderos descubridores y cuidadores de la planta participen en los beneficios.
En Brasil, los Guaraní son el pueblo indígena más numeroso, con alrededor de 55.000 miembros que se concentran principalmente en el estado de Mato Grosso do Sul. Su situación allí es extremadamente crítica. Antes los guaranís habitaban las selvas y estepas en un territorio del tamaño de Alemania. Empero en los últimos 100 años han perdido la casi totalidad de sus tierras a manos de los actuales terratenientes, en desalojos violentos. Hoy en día, la mayoría de ellos viven en pequeñas comunidades sin la posibilidad de auto determinarse, rodeados de potreros con pastizales para el ganado, plantaciones de soja y de caña de azúcar o viven a la vera de los caminos en campamentos con carpas. La tasa de suicidios ha aumentado drásticamente en los últimos años.
Desde 1986, más de 517 guaranís se han suicidado, el más joven solo contaba con 9 años de edad. En la reserva de Dourados viven 12.000 indígenas en algo más de 30km². La malnutrición es un problema serio; desde 2005 al menos 53 niños han muerto de hambre. En el largometraje “Birtwatchers – La tierra de los hombres rojos” se describe la lucha por la sobrevivencia de los guaranís en el sur de Brasil.
Problemas similares también tienen los, aproximadamente 6.700 guaranís, de Argentina. La pérdida de territorio y su espacio de vida lleva a la malnutrición, pobreza y epidemias como la tuberculosis. Sobre todo los hombres trabajan como jornaleros en la agricultura y a menudo quedan meses fuera da casa. Esto lleva a tensiones en las comunidades. Frecuentemente cuando vuelven traen consigo enfermedades de transmisión sexual y alcoholismo. En los últimos años, las sectas evangélicas están haciendo cada vez más proselitismo en las comunidades guaranís, poniendo en riesgo sus tradiciones culturales.
El mundo amenazado de los Guaranís:
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Desde 1980, los guaranís comienzan a organizarse políticamente. Primero en sus países de origen. En el año 2010 se creó el Consejo Continental de la Nación Guaraní, transnacional que integra a sus respectivos países. Su meta principal es la “libertad irrestricta de movimiento a través de las fronteras nacionales, la preservación de la identidad cultural, la autonomía política y la recuperación de los territorios comunitarios”. Una de las formas de reclamo es la ocupación de tierras.
Pese a la existencia de derechos legales sobre la tierra ocupada, sus campamentos frecuentemente son desalojados en forma brutal por las fuerzas de seguridad; muchos indígenas están encarcelados como „ocupantes ilegales“. Allí quedan expuestos a un sistema de seguridad y justicia profundamente racista y alineado a la pertenencia de clases. Prácticamente casi no tienen oportunidad para poder defenderse.