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Los indígenas de Bolivia

no quieren ser 

propiedad privada

Se escalan conflictos por la tierra y los recursos en el Chaco

Por Sandra Weiss

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Buitres hambrientos rondan sobre el cauce del rio seco. No hay señas de vida a 40 grados a la sombra en el árido y seco bosque del Chaco boliviano. El poblado más cercano, Camiri, está a tres horas en vehículo y hay que abrir y cerrar seis tranqueras en el camino. Cuando alguna vez llueve, la pista polvorienta se transforma en un infierno de barro intransitable. La región del Alto Parapeti en el sureste de Bolivia está lejos de la civilización, y aun así está en disputa. Por un lado existen unos pocos ganaderos que en los valles manejan su ganado en miles de hectáreas. Por el otro, la demanda de tierra de unos 2.700 indígenas guaraníes bolivianos: un pueblo que se extiende sobre Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil. En el siglo 17 los jesuitas evangelizaron este pueblo en las llamadas misiones y bajo la protección de la Iglesia los pobladores podían escapar de la explotación por los propietarios españoles. Después de la expulsión de los jesuitas en el siglo XVIII por la corona española, los indígenas volvieron a formar comunidades ampliamente dispersas. Más tarde, aparecieron "nuevos propietarios" que cercaron los pastizales, y de repente numerosas comunidades indígenas quedaron atrapadas en la "propiedad privada".

Más tarde, aparecieron "nuevos propietarios" que cercaron los pastizales, y de repente numerosas comunidades indígenas quedaron atrapadas en la "propiedad privada".

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Como en Yaití (matorral denso en guaraní), donde vive Andrea Cerezo: Primero hay que cruzar un potrero, luego la casa encalada del propietario hasta llegar a su vivienda con techo de paja y con una sola pared. Ella vive aquí con su marido, su hijo, su nuera y los nietos: dos camas con colchones gastados, unas pocas pertenencias en bolsas de plástico, un horno de barro y un mortero hecho del tronco de un árbol en el que Andrea muele el maíz para hornear las tortas. Entre sus piernas algunas gallinas buscan comida. No hay energía eléctrica ni agua. El agua lo busca, a sus 58 años, del rio Parapeti distante a medio kilómetro. Se cocina en unas pocas ollas negras y se come de cascaras de coco. Sobre un tendedero cuelga la ropa mojada y gastada para su secado. El viento caliente revolea el polvo. De la radio a pilas suena música de baile. La familia cultiva maíz y frijoles en una parcela del tamaño un garaje doble. El dueño les ha asignado la tierra más pobre con muchas piedras. Si quieren comer algo diferente o necesitan azúcar y jabón, tienen que trabajar para el propietario, para volver a gastar el salario en la tienda de la hacienda. Un litro de aceite de cocina cuesta aquí 15 bolivianos (alrededor de dos euros), el equivalente a un jornal. “Siempre ha sido así", recuerda Andrea, quien desde niña ya ayuda en la cosecha y la siembra en la hacienda. Actualmente tanto, ella como otros paisanos rebeldes ya no consiguen trabajo en la hacienda. Las organizaciones de derechos humanos llaman a esta forma de trabajo una "esclavitud moderna".

Un litro de aceite de cocina cuesta aquí 15 bolivianos (alrededor de dos euros), el equivalente a un jornal. “Siempre ha sido así", recuerda Andrea, quien desde niña ya ayuda en la cosecha y la siembra en la hacienda. 

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El centro de Salud es la única construcción de piedra en la comunidad guaraní, construido con el consentimiento del propietario e ”inaugurado en el 2006 por el alcalde Ramón Cusaire” según consta en la placa de bronce. Por dentro reina el vacío. La enfermera Elsa tiene que conformarse un sillón odontológico gastado, una báscula, un pediómetro, gasas estériles y analgésicos. Las vacunas son una molestia y el inodoro nunca funcionó por falta de agua. “Si no fuera por la Cruz Roja Suiza, que de vez en cuando entrega medicinas y vacuna a los niños estaríamos muy desamparados” dice Elsa. 90 por ciento de los guaranís viven por debajo del índice de pobreza, 78 de 1000 niños mueren en el parto o poco tiempo después.

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Andrea se embarazo siendo muy joven, pero su hija falleció a los pocos días. Tres semanas después también falleció su madre durante el parto de su décimo hijo. Andrea crio a su hermanito menor, Justino, quien con 13 años comenzó a trabajar en la propiedad de la familia Chávez. El acepto su destino sin quejarse. Un día tuvo una discusión con el “patrón” a causa de su salario que le parecía muy bajo y sus deudas se habían acumulado de tal manera que Justino no veía una salida. El patrón lo despidió lo que trajo una serie de consideraciones con las otras 20 familias.

“Aquí cada conflicto se resuelve por la fuerza, desde hace generaciones” explica Eduardo Lambertin de la Cruz Roja Suiza.

Hoy tiene 30 años, es padre de 5 hijos y Capitán - dirigente - de su comunidad. Por razones de seguridad vive en Caimiri.

 

Cuando los guaraníes comenzaron a rebelarse comenzó el conflicto. Los propietarios amenazaron a los rebeldes y les impedían el paso por “su propiedad privada”. Uno incluso quemo la escuela en su hacienda, en un ataque de ira. Desde hace dos años los niños son escolarizados a la sombra de un árbol. La actual alcalde, también propietaria de una hacienda, argumenta que no consigue un permiso para construir una escuela en tierras privadas. Hace unos meses la confrontación llego a un clímax cuando el propietario más grande del Alto Parapeti, que además es ciudadano estadounidense, negó el acceso al Viceministro de la Reforma Agraria y disparo sobre las ruedas de su Jeep. “Aquí cada conflicto se resuelve por la fuerza, desde hace generaciones” explica Eduardo Lambertin de la Cruz Roja Suiza.

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„Estas son nuestras tierras” dice Rene Chávez, uno de los hijos de los terratenientes de Yaití y saca un contrato de compraventa de varias páginas del cajón, como confirmación. “No permitiremos así no más que nos saquen nuestras tierras, solo porque unos pocos comunistas les pusieron ideas raras a los indígenas” dice el señor de 60 años, de pelo blanco y rostro curtido, que creció en esta región y enseña en la pequeña escuela primaria. El no alcanza a entender como colapsó su mundo conocido, como un indígena pudo llegar a ser presidente y como sus trabajadores de pronto comienzan a rebelarse. “Están bien aquí, gracias a mi tienen una escuela y un trabajo” dice Chávez, reclinándose en su silla de plástico gastado. Con sus 460 ha pudo construirse una casa, tener un vehículo de todo terreno y brindarles estudios a sus hijos. Una gran riqueza desde la perspectiva indígena. Un hombre pobre desde la perspectiva de los barones de la ganadería y del cultivo de soja en la capital provincial Santa Cruz; pero que ven aliados útiles y bienvenidos a los granjeros locales contra el gobierno de izquierda de Evo Morales. 

“No permitiremos así no más que nos saquen nuestras tierras, solo porque unos pocos comunistas les pusieron ideas raras a los indígenas” 

El viejo caballero sospecha ser víctima de una intriga. “Aquí hay petróleo y gas” dice. “Y es eso lo que el gobierno quiere hacer. Los indígenas son solo una excusa”. De hecho Camiri es la “ciudad petrolera de Bolivia”. Todo el Chaco está lleno de ingenieros empleados de corporaciones extranjeras que buscan minerales y de hecho los han encontrado, entre otros lugares en las tierras de la hacienda del granjero estadounidense. Chávez está convencido de que el gobierno está trabajando para la expropiación del Alto Parapeti. Su prima ya ve “correr ríos de sangre”.  Sonia Soto, la Defensora de los Derechos Humanos de la provincia de Santa Cruz quisiera evitar esto, pero los frentes están endurecidos. “El gobierno ha convertido el conflicto de tierras en una prioridad. Para los guaraníes hubiera sido mejor insistir en las mejoras sociales y el respeto por los derechos humanos”, ella cree.

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